martes, 28 de junio de 2011

De lavamanos y retretes

Cuatro años tomaron las obras para dotar de agua potable a Guayaquil. El servicio de abastecimiento a casas particulares se inauguro el 30 de enero de 1893 y apenas 150 familias acaudaladas accedieron a este “lujo”, ya que la instalación de las cañerías internas resultaba muy cara. Además, muchos temían que pudieran ocurrir explosiones por la presión del agua “metida por fuerza” en los tubos.


Las familias menos adineradas visitaban a las ricas para verificar como funcionaba el sistema y admirar los lavabos de porcelana y hierro enlozado primorosamente adornados que se importaban desde Europa.
Pero las cañerías de agua servida aun no se conocían y la población ignoraba lo que significaba un “excusado” o un “bidet”, pues los desechos los arrojaban en acequias abiertas en las calles que iban a parar al río. Muchos de los adinerados que viajaban al exterior se mostraban sorprendidos de tan extraños objetos y no lograban precisar su uso.



Se cuenta que un caballero, ya entrado en años, que acostumbraba a lavarse los pies en un bidet aunque no cesaba de quejarse de lo incomodo  que le resultaba. También se cuenta de una señora montubia que presento a sus invitados un pavo horneado dentro de un bacín, pues pensaba que se trataba de una pavera

Desde su fundación, los guayaquileños se surtían de agua extrayéndola de los pozos del cerro Santa Ana. Luego se abastecían en el río Daule donde los montubios la recogían en tinajas a la madrugada y la repartían a domicilio. Allí, decantaban el agua usando filtros de piedra pómez. 
 

publicado por: Jonathan Jaime


FUENTE: Rodolfo Pimentel, "Nuestro Guayaquil Antiguo", editorial El Sol, Guayaquil - Ecuador, 1987, pag. 115 y sigientes


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